El mensaje decía te invito a
almorzar en el carnaval. Ella dijo que sí (pero sólo por contestar). Hacía
varios días que la alegría y el entusiasmo la habían tomado, tal vez era el
ritual que practicaba por las noches dando lugar a su propia locura. El acto
consistía en pararse delante del ventilador y rezaba una oración celta (que no
entendía una mierda) y como una especie de ventisca hacia ella, repetía una y
otra vez el slogan de la felicidad “todo lo que llegará a mí, será para mayor
bien, cada pensamiento positivo se instalará en el lugar de los deseos, que así
sea”. Eso le cambiaba el día (cosa de mandinga), cuando el pensamiento
destructor se disponía a surgir, la frase se adueñaba del instante y con una
respiración adecuada volvía a la calma.
Hasta amó esperar el colectivo más de veinte minutos (cosa de mandinga) Se
había puesto una remera roja, con la esperanza equivocada de que hiciera
resaltar el color de sus ojos y el brillo de su piel. Su mirada en el frente
observando cada detalle y dejando que su mente organice las ideas. El joven que
iba a su lado desocupó el asiento, y entonces el que llega primero obtiene el
tan esperado premio. Hay que ver como las miradas hablan. Recordó que había
olvidado la manzana para la tarde. También se había dejado las llaves para
abrir y cerrar el depósito. Pero nada logró oscurecer su ánimo y su
determinación “iba a ser un gran maldito día”. Todo parece tan lento frente a
sus ojos, a tal punto que el colectivo se detuvo. Una ovación se escuchó y la
voz del chofer anuncia que un desperfecto mecánico obligaba a los pasajeros a
bajar. Ella no tenía interés en esperar el próximo colectivo, entonces caminó.
Fueron unas treinta cuadras, bajo el sol con alerta amarilla de ese “bendito
día de mierda”. Se le habían ampollado los pies, y su rostro ardía de dolor,
mientras el joven le seguía enviando audios de lo maravillosa que era, ella
sabía que era un embrujo de mentiras, sólo para entretenerla. Pero los
pensamientos derrotistas no cabían en su cabeza un tanto dura, “Iba a ser un
gran maldito día”. Llegó a destino y el carnaval frente a sus ojos. Ni el
dengue, ni el virus chino, ni el leishmaniosis, ni la resignación de una buena
pecadora (está aprendiendo cada vez más), pudieron con el “gran maldito día “,
él joven la esperaba en la puerta del comedor, habrá sido él o fue el ritual
nocturno? ¡Qué sé yo! , cosa de mandinga, vaya uno a saber.
AVG


