Una mañana triste de Marzo volví a la “casa de los
espejos”, así la bauticé en mi adultez. Desde niña me fascinaba ver los espejos
de diferentes tamaños que vestían las paredes y rincones de la propiedad de Doña Feli, mi tía abuela. Llegué
con el tiempo justo para el entierro de
Don Julián su esposo. Al final del oficio nos encontramos todos en la casa, allí
estaban sus hijos, nietos, mi madre y yo. En nuestra familia se acostumbra a que después
de una despedida como la vivida, nos juntamos en
torno al mate, algún café, pan casero, queso y salamín. Las conversaciones se hacían intimas, en algún
rincón de la finca, ya sea dentro o en las
galerías nos sentábamos a recordar parte de la vida de Don Julián. Tía Feli, le
pidió a mi madre que se quedara unos días, el aire de campo le vendrían bien, y
seguramente la compañía de ella sería para Tía Feli un bálsamo. La noche llegó
y el sueño no me acobijó, entonces decidí recorrer la casa. Me senté en la sala
y el gran espejo fue cubierto de una tela negra, dicen que el alma del difunto
si se viera reflejado quedaría atrapado y no podría pasar al otro lado. Es
extraño la atracción que me producía ese espejo de estilo francés biselado, tan
antiguo que si pudiera hablar tendría tanto
para decir. Esa noche se sentía frío, y tan solemnemente triste. Caminé hacia
el lado sur de la casa, observando la luna a través de los ventanales y algo captó mi atención, tía Feli iba cubriendo otros espejos, con su paso firme y lento. Volví a mi habitación,
y algún sollozo se escuchaba en la madrugada.
Los días siguientes fueron calmos y pacientes. Los días de
duelo a veces son silenciosos, como permitiendo que el dolor fluya en los que quedamos en la tierra. Los
trabajadores de la finca frutal realizaban su
tarea con la fastidiosa rutina. Mientras tanto me permití sentir la
naturaleza sabia y generosa.
Las hormigas comenzaron a ingresar a la casa, con cierta
rapidez llevándose las migas de pan que habían caído al piso, Tía Feli dijo:
- Se viene tormenta, vení ayúdame a cubrir los espejos, no vaya a hacer que nos caiga un rayo.
Entonces cubrí los 35 espejos que había en la casa. Confieso
que me gustan, pero una vez
me llevé un susto al ver mi reflejo.
La tormenta llegó con todo, vientos fuertes, levantó tierra y
una serie de rayos cortaban la respiración
de lo tan magníficos que se veían al dar y estallar ruidosamente sobre la tierra. Uno
de ellos cayó sobre el viejo roble ardió
casi al instante. Entonces la luz desapareció y las velas se prendieron. Tía Feli
me hizo recordar la vez que un rayo cayó cerca del “Pulí”, el hijo de Don Juan Carlos, que parece que lo dejó sin parte de su hombría o eso es lo que cuenta su ex esposa, mi prima Gretel. El agua llegó
cubriendo todo el paisaje como un hermoso velo de aquella que espera ser vista.
Son esos instantes, en que nada duele, es ser parte de la creación. Tomé un portavela
y fui hasta la despensa y al bajar caí de la escalera golpeando mi
cabeza. Abrí mis ojos y me vi en el reflejo de
un espejo, desde ese día recorro la finca tan libre como el viento.
AVG

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