martes, 27 de diciembre de 2022

Diógenes

 


 

 

 

Todo comenzó en un terrible junio en plena pandemia, la noticia de rostros de amigos fallecidos por Covid 19, fueron posiblemente el detonante. Pedro se fue encontrando cómodo con el aislamiento. La idea de salir desde hace un tiempo no le estaba aportando demasiado interés, entonces decidió incursionar cada vez  más en la tecnología, realizó compras  por internet; otra Tablet, otro  celular (con más capacidad para almacenar archivos e imágenes).  Los días fueron apareciendo sin tiempo que los  regulara ni motivaciones que lo animaran a  organizar el escritorio de su computadora. Pasaba horas eternas seleccionado información, mandando mails, guardando fotos, archivos y el sólo hecho de pensar en eliminar a cada uno de ellos, le ocasionaba un terror atroz porque tenía la firme idea firme  de necesitarlos  en un futuro. Un apego emocional iba creciendo, a tal punto que sus latidos se aceleraban y la sudoración en sus manos aparecía frente a la decisión de eliminarlos. La enorme casa quedó pequeña frente a tanto para “guardar como” y las noches pasaron de frías a cálidas por inminente verano. A la madrugada  se daba permiso para   salir descalzo, pisar el pasto y regar las plantas del fondo de su  residencia; esos encuentros con la naturaleza le permitían volver a lo esencial, respirar, observar el firmamento y sentir que aún estaba vivo sin ser un spam.

Pero  una larga  noche, el brutal silencio exterior no le despertaba interés, llevaba varios días sin dormir, su espacio único de vida estaba cubierto de restos de comida  y basura. Sus plantas que tanto cuidaba fueron muriendo de a poco y su gato Fermín, una noche salió de curioso y no volvió. Sentado frente a la pantalla de su pc, se desconoció en el reflejo y preso de una gran angustia entró en una ensoñación que eligió ser uno de sus archivos y viajar a través de la red.

Meses  después su gato regresó, su maullido alarmó a sus vecinos y  descubrieron que Pedro  ya no estaba y su computadora continuaba encendida.  

 

 

                                                                                                                                 

sábado, 17 de diciembre de 2022

Carta en el aire

 


Hace un buen tiempo que no volvía a la estación de tren. Será porque la última vez que estuve, fue la última vez que te vi. Me senté en un banco de color verde despintado y saqué el libro que suele acompañarme y pude imaginarme en otro tiempo. Los sonidos han cambiado, el tren ya no es el mismo y las historias de amor ya no quedan suspendidas en los andenes. Tampoco existen esos besos apretados entre el dolor y el amor. Ya no se agitan pañuelos y nadie baja corriendo a colgarse en el cuello del que espera y se funden en un abrazo. El día está gris y una nube de melancolía me está rodeando. Recuerdo tu mirar al alejarte y el dolor se sitúa en el tiempo pasado. Todo ha cambiado. No soy la misma, una gran cuota de razón gobierna mis días y mi sonrisa ha perdido el brillo e incluso durante mis jornadas creo que solamente funciono. La familia está bien, las niñas crecen aceleradamente y verlas a diario hace que mi corazón no deje de latir. He invertido mi energía ya no es hacia dentro sino hacia fuera. Cada ocasión es una excusa para sostenerme. Debo confesarte que no creo en el amor de novela, aunque de vez en cuando me gusta volver a encontrarme con algunos capítulos de aquellas tiras que me acompañaron durante mi infancia y parte de la adolescencia. En la estación de tren, se ven perros hambrientos, los pasajeros llegan corriendo a subirse. Los viejos vagones están vigilando cada movimiento, sirven de abrigo para alojar a los que nadie ve, será que pertenecen a la oscuridad de la ciudad y a la indiferencia que se apodera de las mentes…? La gente está con hambre, los niños en el comedor repiten varias veces la leche y el pan. La droga se los lleva, uno por mes. El centro de salud, cada vez con menos vacunas y los médicos por más que insisten los insumos básicos no llegan. Si me vieras posiblemente no me reconocerías, te lo puedo asegurar. Mis cabellos están blancos, me dejé de pintar las canas. He vuelto a trabajar más horas y mis ojeras se profundizan cada vez más, hay que llevar el pan a la mesa. Pero aún sigo pensando que es una gran victoria levantarme cada día y volver al ruedo. El tren ha llegado y ésta carta se quedará entre los rieles, porque no tiene destino, el viento te ha llevado y la soñadora también se fue.
AVG

viernes, 2 de diciembre de 2022

Nuevo capítulo

 

Hoy,  entre tanta gente sin rostro,

puedo darme el permiso de sentir el derrumbe.

Que cada lágrima de enojo y frustración,

den paso a   ese mar que aún por razones extrañas sigo reteniendo.

Ocho milímetros  de roca arcaica   vuelven a dejarme otra vez vulnerable,

sin mucho horizonte, sin proyectos a corto plazo.

Esta vez, juego con  la ventaja de saber cómo va a doler, y de noches sin dormir.

Afrontar sintiéndome  continente, hay mucho que sostener.

Quizás por esa razón, no me quedé esa noche  a contemplar ese amanecer.

Y esas   palabras que comenzaron a  efervescer en mi mente al compás de mi latido asustado e  incrédulo,  no quise decírtelas y

 las dejé volar a esas alturas. 

Esta noche  puedo, vacilar frente a la luna.

Escuchar el ladrido de los perros huérfanos.

Sentir el aire un poco fresco.

Cerrar los ojos y escucharme en la súplica

Abrazarme al silencio y a la  figura imponente que es la soledad. 

Mañana será otro día.

Mañana.

 


jueves, 1 de diciembre de 2022


 

DESCONOCIDOS


“Me casé con un hombre que no amé y él tampoco me amó. No nos debemos nada, estamos a mano.”

Recuerdo esa noche como si fuera la de hoy, me desperté, el bebé lloraba en el moisés, lo tomé y le di el pecho. Un hombre dormía a mi lado y no puede saber quién era. Roncaba, ocupaba el largo de la cama. Mientras sostenía al bebe en mis brazos, reparé que llevaba una alianza en mi dedo, estaba casada. Lo extraño es que no sentí temor, y por más que le pedía a mi cabeza explicaciones nada surgía. No era feo, observé su perfil, parecía alguien normal, al girar el hombre despertó y me miró. Sus ojos eran claros, pardos podría decirse. Con una voz nasal me dijo :  – Se despertó, ¿tiene hambre?

No contesté.

_ ¿Estás bien?-, preguntó con esa voz que molestaba a mis oídos.

_ Sí –  contesté con cierta confusión.

_ María te ves pálida. 

El hombre me llamó María, pero ese no es mi nombre.

Dejé al bebé en el moisés y me volví a dormir.

Al despertar, ese hombre ya no estaba en la cama. Me levanté, la casa era mi casa, los muebles eran los míos, los cuadros, el escritorio, evidentemente vivía allí.   En la mesa de la cocina, el extraño estaba desayunando. Me asombró ver el modo en  que comía la tostada, con dos de sus dedos la empujaba hacia su boca, ¡sí la empujaba!, luego el sorbo de café era tremendamente ruidoso. Me miró, pero siguió como si yo no estuviera frente a él, me sentí invisible.

Busqué al bebé y lo dejé en el coche, él hombre ni se acercó. Preparé mi mate y me senté un rato, estaba con  licencia por maternidad, así que no debía correr.

Busqué las fotos en mi escritorio y el hombre estaba en todas, en una de ellas me estaba  besando. ¿Qué le está pasando a mi memoria?

Se fue de la casa, sin decirme nada, soy invisible evidentemente. Lo que estaba ocurriendo era el principio de un fin que estaba anunciado, el “desamor nos convierte en  invisibles”

SONIDOS

 


Ana Llorente  aceptó la soledad como parte de su vida. Joya, su gato  suele despertarla paseando su cola sobre el rostro y un maullido suave comunica  que la jornada  comienza. Hace unos días le llegó de herencia  un mueble  en madera tallada, la “mesa de los abuelos”, la pieza ha permanecido durante cuatro  generaciones en el seno de su familia. Durante los días siguientes, aparecieron  voces en la noche, ruidos de platos cerca del mediodía, aroma a buñuelos de manzana  durante las tardes,  pasos de gente que van y vienen  y la inconfundible voz de Julio Sosa, interpretando Cambalache un  domingo gris. Nada perturbó la paz de la mujer, luego de mucho tiempo sintió que vivía acompañada.

 Querido diario :  Recíbeme entre tus hojas vacías para que pueda volver a descansar mi narrativa.  Entre los últimos días de este año 2025....