Hoy, entre tanta
gente sin rostro,
puedo darme el permiso de sentir el derrumbe.
Que cada lágrima de enojo y frustración,
den paso a ese mar
que aún por razones extrañas sigo reteniendo.
Ocho milímetros de roca arcaica vuelven a dejarme
otra vez vulnerable,
sin mucho horizonte, sin proyectos a corto plazo.
Esta vez, juego con la ventaja de saber cómo va a doler, y de noches sin
dormir.
Afrontar sintiéndome continente, hay mucho que sostener.
Quizás por esa razón, no me quedé esa noche a contemplar ese amanecer.
Y esas palabras que comenzaron a efervescer en mi mente al compás de mi latido asustado e incrédulo, no quise decírtelas y
las dejé volar a esas
alturas.
Esta noche puedo,
vacilar frente a la luna.
Escuchar el ladrido de los perros huérfanos.
Sentir el aire un poco fresco.
Cerrar los ojos y escucharme en la súplica
Abrazarme al silencio y a la figura imponente que es la soledad.
Mañana será otro día.
Mañana.
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